Una luz cegadora abrasó mis pupilas cuando abrí mis ojos. Y por si eso hubiese sido poco, una ráfaga de aire con polvo y arena golpeó mi rostro. Toda la suciedad se pegó de mis pestañas, sedienta de la poca humedad que quedaba en ellas. Traté de incorporarme, pero un dolor agudo en mi costado izquierdo amenazó con hacerme perder el sentido de nuevo. Así que me quedé como estaba, boca abajo, con el pecho contra el suelo ardiente. Como un soldado agazapado en una trinchera imaginaria.
Inevitablemente esa posición hacía que aspirara la tierra arcillosa y reseca que mi propia respiración levantaba, para después mezclarse con un sabor metálico que reconocía en mi boca, mi propia sangre.
«No he muerto» pensé. «Dios me ayude ahora, debo buscar un refugio si pretendo seguir con vida. Pero primero, tendré que concentrarme en cada fibra de mi cuerpo para poder levantarme». Y así lo hice, pero tardé una eternidad en solo girarme boca arriba. Al menos conseguí respirar mejor. «Descansaré un poco antes de seguir intentando».
El viento siseaba sin cesar en mis oídos, recordándome que estaba solo. Solo me acompañaban un par de moscas que sobrevolaban mi rostro haciendo cosquillas en mi nariz y mi boca. «Deben estar indagando si soy buen candidato para ser su próximo nido de larvas».
Cuando finalmente sentí que ya tenía fuerzas suficientes para intentar levantarme, el suelo crujió detrás de mí y una sombra se posó sobre mi cabeza. Resultó todo un alivio que el sol dejara de golpearme en la cara pero a la vez experimenté un choque de adrenalina que llevó toda la sangre a mi cabeza, al darme cuenta de que no se trataba de alguna nube, sino de una silueta, de alguien.
—Maldita sea mi suerte. –exclamé.
La silueta no respondió, se mantuvo quieta. Era una persona delgada, alta, de cabellos largos. Una mujer quizás. De pie sobre mí, creo que me miraba, sus cabellos ondulaban en el aire, muy lentamente, casi como si estuviesen suspendidos en agua. Apreté mis ojos para tratar de enfocar su rostro, pero estaba borroso y oscuro, con un gran halo de luz incandescente rodeando su cabeza gracias a que tenía el sol detrás. En ese momento pude haber jurado que se trataba de una aparición.
Traté de incorporarme de nuevo con todas mis fuerzas pero solo obtuve por respuesta un dolor intenso en mi pierna derecha que me hizo lanzar un grito al cielo, a la silueta y a quien estuviese por lo menos a 500 metros a la redonda.
—¡¡¡Aaaaargh!!!
El aire empezó a faltarme y me saltaron las lágrimas. Pero aquella silueta no se inmutó. Eso me enfureció y empecé a gritarle directamente.
—¡¿Qué demonios estás mirando?! ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué quieres?! ¡¿Acaso no ves que no tengo nada que darte?!
La silueta tampoco respondió a mis preguntas. En cambio, afianzó ambos pies al suelo abriendo un poco las piernas, se inclinó hacia mí un par de veces, como si me estuviese escaneando todo el cuerpo y a la vez me olfateara. Luego, se quedó otra vez inmóvil y me habló. Su voz era lenta, áspera y grave, como si no hubiese hablado en décadas. No poseía ningún tono en particular que me diera pistas de cómo iba a terminar esa conversación.
— ¿Esperas a alguien? –dijo finalmente.
«Definitivamente es una mujer» pensé y luego mi voz interior me apuntó: «Eso no es necesariamente bueno»
—No, en realidad no. O sí, no lo sé. —titubeé— La verdad es que ya no sé lo qué espero.
—Quizás un milagro. Todos ahora esperan uno, a su modo, pero no llegará jamás.
Su negra silueta se movió solo un poco, esa vez creo que atisbaba en el horizonte por si aparecía compañía. Quizás le estaban siguiendo, o esperaba a algún compañero. Luego volvió a bajar su cabeza y continuó su discurso.
—Eres de los que tiene esa ridícula idea de que ocurrirá un milagro que acabará con todos los males, y que revertirá todo este desastre ¿No es así?
—Te equivocas, no creo en milagros.
—Entonces crees que saldrás de ésta por tí mismo. —dijo señalándome de pies a cabeza.
—Por favor, déjame en paz. Ya me las arreglaré, de peores situaciones he salido. Crees que estás viendo lo peor de mí, pero no es así.
—Es curioso. Aún casi muerto, con carroñeros merodeándote a la espera de que pierdas la fuerza suficiente y aún así tienes brío. Quizás es el ímpetu de quién está buscando desesperadamente algo, o a alguien… —hizo una pausa breve y suspiró— Déjame sacarte de tu miseria, esa esperanza que exudas carece de sentido. Nadie conseguirá nada, ni tú ni yo, ni nadie en este mundo absurdo. Aquí hasta Murphy muere. ¿Entiendes?
Al decir esa última frase se llevó la mano a la cintura y temí que sacara un arma para liquidarme. Pero en cambio sacó una especie de bota de cuero que alzó sobre su cabeza para beber un poco. Fue toda una tortura ver las gotas de agua salir de la oscuridad de su rostro para luego caer huérfanas al suelo. Mientras bebía, mi orgullo se hizo a un lado e intenté ganarme alguna de esas gotas de agua.
—Trato de entender, créeme. Pero el caso es que me has visto y te detuviste, ¿puedo preguntarte por qué?— al escucharme dejó de beber y guardó de nuevo la bota. Luego se agachó sobre mí. Sus cabellos hacían cosquillas en mi nariz y mi boca. Toda ella desprendía un aroma muy dulce, a almendras. Nadie huele así naturalmente, pensé. Entonces le provoqué un poco, tanteando su humor.
—Vaya, resulta que también estas buscando a alguien… Uhm, es gracioso…—sonreí
— ¿El qué es gracioso?
— Quizás de verdad entiendas mi tragedia en este punto. No te estoy diciendo que no sé qué doy pena y hasta cierto punto un poco de asco. Pero quien busca algo, o a alguien, así sin esperanzas, a sabiendas de que lo que se le escapa seguirá escapándose, quiero decir, sin tener éxito, ya no es trágico, es gracioso.
— Te crees muy listo ¿eh?
— No lo creo. Lo soy.
Entonces la silueta se echó a reír. Y esa especie de risa sonaba como el viento que se oye a lo lejos desde lo más alto de una montaña. Luego agarró su cabello y lo apartó de mi cara. Pero donde debía aparecer su rostro no había nada, tan solo una gran sombra negra que respiraba almendras.
Ambos guardamos silencio por un instante.
—Estás mal, muy mal y en unas horas empezará a anochecer, ya sabes lo que eso significa —dijo al fin, y de donde debería haber estado su boca salió un vaho blanco.
—Lo sé, pero no creo poder caminar, me temo que tengo una rodilla dislocada. Vete tú, no te preocupes. Me queda una bala amiga en la recámara para cuando llegue el momento, si es que llega.
— Y dudas que llegará —dijo con gran calma— Te convertirás en carroña si continúas aquí. De verdad lo siento, pero mi tiempo se ha agotado y el tuyo está por gastarse también. —De nuevo soltó su cabello y éste volvió a hacerme cosquillas en la nariz.
—Verás forastero, es importante siempre ir un paso adelante, convertir el tiempo en tu aliado. No lo olvides.
Después de hablarme llevó sus manos a donde debería estar su cuello y escuché y diminuto click. Luego tomó mi mano derecha y apretó un colgante y su cadenita dentro de ella. Toda ella estaba extrañamente helada.
—Ten, la necesitarás más que yo. Será tu amuleto y te iluminará a donde vayas. Así podrás proteger a las personas que son importantes para ti. Pero a cambio, para compensarme deberás hablarles a todos de mí, que me has visto y que sigo con vida.
No sabía qué decirle. ¿Y si me preguntan cómo es su rostro, como se describe algo inexistente? Pero no le pregunté eso.
— ¿Por qué me estás ayudando?
—Me recuerdas a alguien. Ahora calla y escúchame bien, No volveré por ti, pero si te cuidas mucho tal vez seas capaz de encontrarme. Mientras tanto, guarda la piedra por mí. ¿Estás preparado?
—No, pero es igual.
Puso su helada mano en mi pierna y un dolor insoportable me hizo gritar tan fuerte que pensé que me saldrían las tripas por la garganta. Luego el dolor cesó y de repente todo se oscureció.
Para cuando recobré el sentido ya asomaba la luz del alba formando una explosión rosa y naranja en el cielo. Yo respiraba mejor y mi rodilla estaba en su sitio y ya no dolía. Me encontraba dentro de lo que parecía una pequeña cueva, recostado de un tronco hueco.
Me pareció que todo aquello no había sido más que un sueño, o quizás estaba muerto. Esta bellísima idea se esfumó cuando busqué en mis bolsillos y encontré la piedra. Eso me recordó que no tendré ninguna ayuda ni a nadie a mi lado hasta encontrarla.
Me puse de pie con mucha dificultad y pude dar un par de pasos torpes hacia la entrada de la cueva. Allí me recosté de una columna formada por una gota de agua que durante siglos arrastró sedimentos. Así de ardua siento que será mi odisea, tendré que recorrer cientos de kilómetros hasta encontrarla. Eso contando con que de igual manera ella siga con vida. No obstante, hasta entonces solo tenía claro una cosa: necesito empezar desde ya mi búsqueda y convertir al tiempo en mi aliado. Ojalá.